No se cuenta porque se niega, duele. No se cuenta porque estigmatiza, porque no se comprende. No se cuenta porque estremece. Pero un día sí se cuenta, sale a la luz. Estalla en el cielo celeste, despejado. Porque sana. Y es así como ayuda a otros. A comprender, a empatizar, a pensar. Noel Barrionuevo, emblemática jugadora de Las Leonas y ex capitana del seleccionado argentino hasta el año pasado, tuvo su secreto. Un secreto que la obligó a una lucha interna, atroz, desesperada y agobiante al mismo tiempo que construía una carrera formidable como deportista de alto rendimiento. Hubo un tiempo, largo. Muy largo, en el que el espejo fue su peor enemigo y le dibujó las sombras del miedo al que inevitablemente tuvo que mirar a la cara como única manera de contrarrestarlo. “Mi psiquiatra me salvó la vida”, confiesa la exdefensora, que en una charla a corazón abierto con LA NACION, y a un año de haberse retirado, habló por primera vez sobre el calvario con el que convivió durante más de 20: padeció trastornos de la alimentación, alternando episodios de bulimia y anorexia, en una lucha día a día. Mientras jugaba finales y hacía goles espectaculares, mientras siempre había una fiesta deportiva a su alrededor, ella daba otra pelea. Que ahora cuenta. Porque así lo siente, porque así lo cree y porque está convencida: su relato puede ayudar a evitar situaciones semejantes. Hace años, Noel entendió que no hay nada más importante que la salud, aunque fuera una deportista estelar. Y sueña con que otros también lo entiendan.

-En los posteos que venís realizando en Instagram hablás del cuerpo. ¿Qué te motivó a escribir en ese sentido para comunicarte con la gente? -Exactamente no sé qué fue. O sí. Creo que el uso de las redes sociales, en las que todo el mundo habla del otro sin saber nada como si fuesen opinólogos. Es algo que se viene viendo y a veces, cuando una está en esos días más cruzados, reacciona. Me pareció oportuno después de que me dijeran ‘qué gorda sos’ en una historia que subí a Instagram. Hoy no me afecta, pero sí tengo un pasado en el que me hubiera afectado. Entonces, lo quise comunicar de alguna manera. Creo que nadie puede opinar del cuerpo de alguien, eso está pésimo. Y lo exterioricé: ¿hasta cuándo las personas pueden opinar de la vida y del cuerpo de otro? Lo expresé desde mi cuenta personal y sin herir a nadie; también es un mensaje de ‘aflojen con esto de estar mirando siempre al otro, en lo que hace o deja de hacer o decir’ y que cada cual se ocupe de sí mismo. -Decís que en otra época te hubiese afectado. ¿Qué podés contar de eso? -¿Hay tiempo para contarlo? (Risas). Yo no tengo problemas, también es una manera de que la gente me conozca, no a la Noel que veían en la cancha, sino a la otra Noel, una persona común y corriente que ha pasado por un montón de situaciones. Sucedió que desde muy chiquita, de adolescente, empecé a tener problemas con la comida. Estaba en el colegio secundario y toda mi familia se vio alertada con estos cambios abruptos, de actitud, físicos, emocionales. Tuve una gran ayuda de mis papás, de mis hermanos. Con la intención de ver qué me estaba pasando, ellos se querían acercar a mí y siempre les respondía ‘salgan de acá’, ‘yo estoy bien’. Hasta que un día, cuando terminaba la secundaria con 17 años, mis papás dijeron ‘acá hay que hacer algo, esta chica está mal’. Es ahí cuando empezaron a buscar algún centro y hacer entrevistas con profesionales de la salud, para ver si me diagnosticaban o no y ver qué ayuda necesitaba.
-¿No lo podías poner en palabras y por eso decís que ellos intentaban averiguar? -En ese momento, cuando una está muy mal, primero tapa todo, lo niega y no lo acepta. Sos chica, estás en la adolescencia, viaje de egresados, boludeces. No lo querés ver. A partir de eso mis papás hicieron unas entrevistas, yo iba con ellos y ahí arranqué todo este proceso de recuperación. Caí en un lugar increíble, gracias a Dios. Fue clave porque me permitió salir sumamente fortalecida de todo esto, que la verdad es una mierda para las personas que lo padecen. Pasás por un montón de situaciones horribles: te autoagredís, te autoboicoteás en todo, es totalmente insano. Estuve en ese lugar muchos años, muchos, y paralelamente me pasaba que iba creciendo en el hockey. Entonces, para mí fue muy difícil todo, todo, todo, pero tuve la contención necesaria. Es muy loco, aunque es lo que me tocó y así hice mi camino deportivo, con esta enfermedad y a la vez con mucho éxito con Las Leonas. -Para especificar el diagnóstico, ¿cuál fue? -Eran períodos de anorexia con bulimia, era un mix. Se pueden dar las dos cosas a la vez. Por momentos te restringís las comidas, en otros no, te das atracones… A los 15 años ya me veía mal con el cuerpo, no me gustaba; me comparaba con mis compañeras del colegio que eran más chiquitas y yo quería ser como ellas. O veía por televisión esos cuerpos de una delgadez extrema. Yo quería eso, llegar a eso, claramente estaba reloca. Hoy me río y lo cuento, pero es sumamente estresante la vida de una persona que padece bulimia o anorexia. -¿Es una lucha día a día? -Sí, es como la de un adicto. Nunca subestimes a una persona que tiene trastornos de la alimentación. Se escucha mucho decir que ‘no, es un capricho, después se le pasa’. No, realmente necesitás ayuda nutricional, psiquiátrica y psicológica para poder salir adelante, para poder curarte. Es muy difícil estar sumergida en esa enfermedad sin ayuda. -¿Cuándo hablás del lugar que te ayudó te referís a una clínica? -Claro, sí. Yo fui a CITPAD (Centro de Investigación y Tratamiento en Patología Alimentaria y Trastornos Depresivos) donde me atendieron profesionales extraordinarios. Hacía terapia de grupo, en la que había muchas chicas y algunos varones y se hablaba y se trabajaba lo que a una le iba pasando. Esa terapia de grupo me salvó, porque al principio no quería saber nada. Estaba sentada así (hace el gesto) cruzada de brazos.

-¿Quizás pensabas que se te iba a pasar o te curarías sola, a largo plazo? -No sé si curar, porque en ese momento no decía ‘tengo trastornos de alimentación, necesito ayuda’. No. Para mí no tenía nada, no reconocía el problema hasta que fuimos a la entrevista con el doctor Héctor Bertera, el fundador de la clínica, y fue ahí donde me dije: ‘Sí, Noel, algo te pasa claramente, tenés todos estos síntomas, algo hay que hacer’. Así que hicimos la admisión ahí; hacía hospital de día, desde la mañana hasta la tarde todos los días. Consistía en reeducarse en la alimentación. -¿Informabas sobre esta cuestión en el club Ciudad de Buenos Aires o en el seleccionado? -No, nada. Nada. -¿Pudiste sostener por abajo todo el tema durante todos estos años? -No sé si se enteraron. Nunca me vinieron a hablar de esto, no sé si detectaron la problemática porque estaba bastante contenida, tenía una nutricionista que me seguía constantemente junto con mi psicólogo y mi psiquiatra. Sin esa contención tan grande de afuera hubiese sido muy difícil estar en el seleccionado, la verdad. En 2012 ya estaba mucho mejor, pero igualmente llamaba a mi psiquiatra cuando no me sentía bien. Este médico del que hablo es el hombre que me salvó la vida más allá de mis padres, que detectaron todo. Falleció hace unos años y, a lo largo de mi carrera, él fue el principal pilar de todo.
-¿Cómo aguantabas sentirte mal y no hablarlo incluso durante unos Juegos Olímpicos como aquellos de Londres? ¿Ninguna compañera podía escucharte o no confiabas en alguna? -Nosotras teníamos mucha contención entre compañeras y compañeros de aquel grupo, entre pares. Si estaba mal le escribía un mail o llamaba a quien me iba a comprender y contener mucho más. No por nada, pero quizás una jugadora del seleccionado no iba a entender como quien lo padece. -Es admirable todo lo que lograste a nivel deportivo en este contexto, ¿te das cuenta? -Ni yo lo sé. -Además de esa crisis tenías una carga adicional: el de las presiones deportivas, los resultados, la gente, el rendimiento. ¿Eso también lo advertís? -Voy a decir algo: esto no sé si está bien o mal, pero en momentos en los que me sentía muy mal, con un problema de salud, no me importaba el partido. A veces estaba ida, con otros temas personales, mis pensamientos y mi angustia. Si me veía mal, no me importaba hablar del partido con Holanda. Yo quería estar bien, Noel como persona. No me importaba otra cosa que estar bien. Y de ese estar bien, por supuesto que después quería estar bien en un entrenamiento, en el día a día. Pero a veces me ha pasado en giras, en viajes, que lo único que decía era ‘¡quiero estar bien, Dios, por favor ayúdame! Quiero estar bien, quiero estar bien, quiero estar bien’. En ocasiones se te van de la mano ciertas cosas.
-Tu principal preocupación era verte bien, ¿pero era una cuestión de imagen o más profundo? -La imagen es algo externo, lo que pasa en estas situaciones es que hay un montón de cosas que una no puede expresar, no puede hablar y se la agarra con el cuerpo. Cuando era chica, en las comparaciones, era muy de querer ser como alguien… Y eso que antes no había redes sociales. Imagínense ahora. -No fuiste una jugadora del montón; tu exposición fue muy grande y sobre todo en los momentos más gloriosos del seleccionado, ¿Cómo convivías con eso? ¿No te demandaba demasiada energía? -Ufff, sí. (Suspira). Por eso digo que Héctor, mi psiquiatra, me salvó la vida. Cuando falleció, para mí fue tremendo, pero también tenía el apoyo del grupo. Hoy sigo en contacto con aquellas compañeras después de haber vivido todo lo que vivimos, porque cada una tiene su historia y seguimos ayudándonos, contándonos cosas, ya desde otro lugar. Eso es increíble. -¿Hoy te sentís totalmente recuperada? -Sí, ya hace unos años, y por eso tengo esta fuerza de poder contarlo. Si no estás bien recuperada no lo podés hablar. No al menos desde el corazón. -En los postpartidos de los torneos, a veces ocurre que una jugadora no se detiene a firmar un autógrafo, está seria o no tiene ganas de hablar con la prensa. El deportista de alto rendimiento asume un montón de responsabilidades, pero a veces la gente olvida que son personas a las que le pasan cosas. -Ufff, obvio. Hay otra Noel, hay otra Lucha Aymar, hay otra Sole García, hay un montón de jugadoras que han pasado por cosas, cada una tenía su problema. No digo esto, que es algo bastante intenso, específico. Pero hay millones de problemas. Y sí, la gente cuando va a la cancha quiere una foto con vos, una firma… Y una intenta devolverle un poco de ese cariño, aunque a veces esté mal.
-Toda esa idolatría, pibas que se te abalanzan por una foto, un autógrafo, todo ese amor hacia vos como jugadora, ¿no atenuaba lo que te pasaba? -Al principio no. Después, cuando fui hablando diferentes cosas en terapia, sí. Pero mientras estás con esta mierda de enfermedad no te importa nada: ni una palmada del entrenador que te dice ‘qué gran partido que hiciste’. Todo lo que me decían me entraba por un oído y me salía por el otro: si hacía bien o mal, a mí no me importaba nada, nada. -¿No disfrutabas del cariño de la gente? -Sí, lo disfrutaba, ¿pero viste cuando tu mente y tu cuerpo están como en otra dimensión? Al principio me pasaba eso. -¿Convivían situaciones en las que salieses del hospital y tuvieras que ir a entrenarte? -A veces coincidía, me llevaba la funda (de palos de hockey) al grupo, la mochila con un montón de cosas porque de ahí iba a entrenarme a la noche. Entonces se mataban de risa, de adónde me iba con tantas cosas. Ahí contaba que jugaba al hockey, esto, lo otro. Pero era así.

-¿Alcanzabas a disfrutar de los logros con Las Leonas? -Al principio no, después sí porque yo estaba mejor. -Por caso, ¿el Mundial 2010 en Rosario, que fue una fiesta total? -Sí, lo redisfruté. Si me preguntan qué torneo elijo, aquella Copa del Mundo fue única porque estábamos en nuestro país, con nuestra gente. Yo ya estaba mejor y siempre con una contención extra de la gente del grupo para que me mantuviera de pie y no desbarrancara. -Por lo que contás, esto no es lineal… -No. Es una lucha permanente, es un día a día. Esta enfermedad tiene esos picos: bajos, altos, que vas bien, que tenés una meseta, que estás mucho mejor, que estás pésimo. Hay que buscar un equilibrio y salir de esto. -Las Leonas y vos representan para las chicas ese “ideal”, ese “querer ser”. Siempre dieron esa sensación de superpoderosas, de heroínas, y que formar parte de una selección es color de rosas. Pero están esas batallas personales y las presiones de un deporte de alto rendimiento como el hockey. No sé si te das cuenta del valor de lo que estás diciendo, más allá de tu enfermedad. -Sí. Es más: no voy a dar nombres, pero hoy en el hockey argentino, me atrevería a decir que en el seleccionado junior, mayor, llámese como quiera, hay chicas que tienen problemas… Y la verdad que es una cagada. -¿Te acercaste a alguna de ellas? -Sí. -¿Podés darte cuenta de alguien que está atravesando el problema aunque no te lo diga? -Yo me doy cuenta. Y tuve mi acercamiento, pero también hay que dejar espacio. Ella está superagradecida y sabe que estoy para lo que se necesite. Eso, desde ya. Aunque también está haciendo su terapia. Pero bueno, no solo pasa en el hockey, sino en todos los deportes. Si ven un poquito más allá, hay algunas chicas que están padeciendo este tema. A veces más tapado, otras resolviéndolo o sin aceptarlo… Aunque hay mucho en el deporte argentino. -¿Cómo detectás cuando una chica está mal? -A ver: yo no soy profesional, solo hablo desde mi experiencia. Y puedo identificar ciertas situaciones a partir de lo que yo hacía en su momento: lo que sucede en algún almuerzo, o en la actitud de una jugadora que se muestra más retraída, más aislada… Según lo que yo viví -y sin intención de dar consejos-, esta enfermedad te lleva a estar mucho más ensimismada, sin hablar con nadie; perderte eventos o cumpleaños, o situaciones en las que querés estar sola o no querés que te vean. Son ciertas cositas que se reflejan de lo que una vivió en el pasado. ‘Esto no está tan bueno’, pensás cuando ves algo así. A veces puede pasar que esa persona tenga un mal día y no sea justamente por esto, tenés que hacer cierto seguimiento.
Los dos goles ante la India en las semifinales de Tokio 2020, su último torneo antes del retiro.
-¿Afecta el mal uso de palabras con las que un DT te puede llamar en un entrenamiento, aunque lo haga sin la intención de hacerte mal? -Sí, puede ser que haya algunas palabras, pero un técnico, una nutricionista o un kinesiólogo te pueden decir ‘ay, gordi’ de manera cariñosa. Y en ese momento, si una está mal, quizás te afecta. Eso es verdad. El problema no es quién lo dice, sino la persona que realmente está atravesando por una situación horrible y mezcla todo. Capaz que hace propia esa palabra que escucha de alguien del cuerpo técnico. Lo tomás de manera personal, pero no es que te lo están diciendo de manera hiriente. Cuando estás mal, sentís que todo es personal y que todo está mal. ‘¡Ay, me dijo gordi!, me lo dijo porque estoy gorda’, pensás. Y no, quizás no es la intención. -¿Chocaban los planes nutricionales del seleccionado con el tratamiento que estabas haciendo en la clínica? -Sí, por supuesto. En la clínica tenía a Haydeé y a Alejandra, que eran las nutricionistas. Y a Héctor, no nos olvidemos de Héctor. Entonces, cuando en la selección me daban un plan nutricional porque tenía que bajar grasa corporal, ahora me río, pero en su momento lloraba. Lloraba. Así que cuando iba a las sesiones con Héctor, le contaba: ‘Me dieron pastillas para quemar grasa corporal’. Claramente me las hacía tirar. Imagínense: en pleno tratamiento, que te dieran algo referente al cuerpo para quemar grasa no era lo recomendable. Entonces ahí, Héctor tenía que volver a hacer el trabajo que venía haciendo, y yo escuchándolo. Una vez le entregué las pastillas y él las tiró. Al mismo tiempo, como era jovencita, yo quería respetar a rajatabla todo lo que me indicaban en el seleccionado mayor. Héctor me decía: ‘No, Noel: vos tenés que seguir con tu plan de alimentación’, que eran las cuatro comidas diarias y las colaciones. A todo esto, yo anotaba en el cuaderno de nutrición todas las comidas que hacía. -Así estuviste muchos años… -Sí, lo que me decía Héctor era palabra santa y lo cumplía. Y mal no me fue siguiendo el plan de la clínica. Si me tenía que comer un alfajor, me lo comía, porque seguía sus indicaciones. Lo único que quería era recuperarme para no estar pendiente del cuerpo, del peso, si el espejo me daba una devolución de que estaba obesa, que obviamente era una distorsión que hacía yo, una locura. Pero hoy lo puedo ver y contar. Hay muchas personas que no pueden hacerlo. Tengo compañeras que murieron… Hay muchas que quedaron en el camino. -¿En el cuerpo médico de la selección advertían que no estabas siguiendo lo que te indicaban? -Es raro lo que voy a contar, pero yo me ponía un chip. En la selección te hacían los pliegues del cuerpo, te medían, te pesaban y todo eso. Y en la clínica me recomendaban: ‘En esos momentos vos nublate, te tapás y no escuchás nada’. Y así fue: todas las veces que me tenía que hacer algo relacionado con lo nutricional en la selección intentaba darme vuelta porque no quería ni saber el número de mi peso; me informaban de los pliegues y era como que yo pensaba en otra cosa. El tema era que esos datos los anotaba una compañera. ¿Saben lo que era para mí? Era lo peor del mundo que una compañera supiera mis mediciones. Pero no porque ella pudiera decirme algo, sino que yo lo tomaba como algo muy íntimo y personal. Para mí, ese momento era la muerte. En terapia comentaba: “El viernes tengo la antropometría”, y andaba a las puteadas. Me calmaban diciéndome que me quedara tranquila porque estaba haciendo las cosas bien, que no me estaba salteando comidas y que el peso se mantenía estable. Así, años y años de mi vida. Tampoco era que si no cumplía el plan nutricional en la selección iban a tomar represalias. No, era algo tranquilo. -Quizás te afectaba esa presunción de afuera de que debías ser más grandota y contar con más fuerza por tu condición de defensora y tiradora de córners cortos… -No, a mí me afectaba desde antes, de cuando era mucho más chica, cuando era la más grandota de la fila del colegio. ¡Ay, eso me traumó! Ahora quiero ser más alta, incluso. Pero voy a esas cosas que fueron puntos de quiebre en mi vida por ser la diferente. Me acuerdo cuando arranqué a jugar al hockey en Banade. No por agrandarme, pero era buena jugadora y decían: ‘Esta piba no es de esta división’. Hubo un partido de séptima o novena, no me acuerdo bien, pero en el club le pidieron a mi mamá que llevara mi documento para comprobar que tuviera la edad de esa división. Y recuerdo patente ese día; me quedó. Y no me creían, porque yo era mucho más grande, hacia pases fuertes, corría más… Era diferente. Esas cositas no me gustaban porque era chica y solo quería jugar y divertirme. Sin dudas que aquello me marcó. -En este contexto de todo lo que luchabas desde chica, ¿se te ocurrió dejar de lado el deporte? -Sí, millones de veces. Millones de veces. A Héctor le decía: ‘No quiero jugar más’, y me respondía: ‘No, Noel, tranquila’. Me aconsejaba día a día: ‘Solo por hoy: vas, te entrenás, volvés a tu casa y mañana será otro día’. O sea, eran horitas, el día. De esa manera íbamos construyendo la semana, el mes y así todos los días de mi vida. -Durante el Mundial de Rosario 2010, en las calles se veían gigantografías con varias Leonas, entre ellas vos. ¿Cómo convivías con esa imagen? -No me gustaba verme. Solo de lejos, porque no estaba amigada conmigo en un ciento por ciento. Fue un año muy loco, con mucha gente y muchas nenas idolatrándonos. Y yo decía: “¡Guau!”.
EN EL PODIO. La celebración de la medalla de plata en Tokio 2020, junto con Julieta Jankunas; debutó en un torneo oficial el 13 de enero de 2007, en el Champions Trophy de Quilmes, y jugó el último partido con la camiseta albiceleste el 6 de agosto de 2021, en la final de los Juegos Olímpicos de Tokio.
-Finalmente, antes de los Juegos Olímpicos de Río 2016 te animaste a hacer un “Body Issue”, de ESPN, aquella producción de desnudos cuidados. Eso habrá sido lo máximo… -¡Sí!, ¡Más que eso ya está! Aquella producción la hice convencida, después de años de trabajo. -¿Fue algo así como “la victoria final”, en lo referente a tu cuerpo? -Sí, fue como decir: ‘yo soy esto y estoy gustosa conmigo’. Cuando me lo ofrecieron no acepté enseguida. Al principio me dio vergüenza, pero después supe que no era un desnudo directo y además era una revista en la que salían fotografiados así todos deportistas. Entonces me animé. -¿Y tu pareja, Sergio “Oveja” Hernández, cómo te acompañó en todo esto? -Lo que pasa es que él ya me agarró en una etapa en la que estaba recuperada, entonces fue mucho más fácil. Al principio de la relación le conté un poco de mi historia de vida y no lo podía creer, jaja. Sobre todo por cómo me había manejado durante mi carrera como jugadora de hockey. Y él me decía: “¡Pero nadie lo sabe!”. Le respondí que no, porque cuando estaba en la selección tampoco quería mostrarme como diferente entre el grupo de jugadoras o que ellas me juzgaran diciéndome: “Uy, ésta está enferma o tiene este problema”. Quería ser una más sin que supieran nada. Pero Sergio es un divino… -¿Después de más de un año de tu retiro en la selección, tus compañeras finalmente se enteraron de todo esto? -Se van enterar ahora con lujo de detalles, jaja. Pero como decía: nunca lo hablé así ante ellas, planteando: “Tengo este problema” o “si me ves mal necesito tal cosa”. No. La verdad es que tuve mucha ayuda de afuera. -¿Y el retiro en sí lo estás llevando bien? -Sí, bien. Estoy dando clínicas de hockey, asistiendo a campus y trabajando en el Enard (Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo) con María Julia Gasorain, colaborando en el área de fortalecimiento de atletas. La idea es ver qué necesitan, etcétera. Eso me mantiene entretenida y haciendo algo. Disfruto de las chicas que quieren aprender de las clínicas y desde mi lado contar mi experiencia. La verdad es que no extraño a la Noe jugadora, pero sigo en contacto con las Leonas de hoy, así que también estoy en el día a día de ellas y las ayudo, porque tienen sus cosas. -¿Por qué creés que varios deportistas ahora se animan a hablar sobre temas de salud mental y antes no? -En realidad son temas que existen desde siempre. Al menos yo, tras el retiro, veo las cosas de distinta manera, y también a veces me pregunto cómo hice para lograr cosas personales y como equipo, sintiéndome bien y sumando para el grupo. Ahora, desde afuera, me parece bueno poder brindar mi experiencia y ayudar a chicas o chicos que estén pasando por este mal trago. Porque yo en su momento no escuché a una “Noel”, o como quieran llamarlo, contando esta historia de un referente que ha atravesado una problemática así. Ahora, quizás al escucharla, le despierte algo a alguna madre que vea mal a una hija o hijo. Es algo que me da orgullo y ojalá que esta charla sea un disparador para ayudar a más personas, porque es horrible vivir con trastornos de alimentación. Quien lo padece vive un infierno.