Facundo bajó del auto de Ariel. Caminaba lento y miraba para abajo. Levanta la cabeza y nos saluda cordialmente a la distancia. El base va a encontrarse con los chicos y jóvenes que participan del campus de Amarillo. Le proyectan un video y lo reciben con aplausos. Los más pequeños lo conocen de Peñarol y de la selección. Los más grandes lo admiran. Les habla de sus comienzos en Municipal y en Unión Eléctrica ambos son sus equipos cordobeses de la infancia y de la adolescencia. Les cuenta de su sacrificio y de su dedicación. Les explica que ha dejado casi todo por hacer básquet. Habla de su presente/pasado brillante en Peñarol de Mar del Plata, de su llegada al club casi con la edad de los más grandes de los que participan del campus y de todo lo que le han enseñado Piccarelli, Gutierrez y Hernandez como Técnico. Expresa su experiencia como jugador del seleccionado. Los oyentes escuchan con atención y preguntan lo que quieren saber del joven cordobés posible jugador del Real Madrid español. Les cuenta de su sueño de NBA y de lo sacrificado y esforzado del camino para poder conseguir los sueños. Ahora las consultas van desde su encuentro contra Lebron James hasta qué siente antes de cada partido. Le responde con la misma amabilidad y claridad al jugador adolescente que le pregunta sobre las expectativas para el mundial que al pequeño que le pregunta cuántos tiros hace al aro por día. Tiene un jeans, una campera roja y un par de zapatillas. El ídolo está entre los nenes con total naturalidad, con la misma con la que después ganará una ronda de triples, con la paciencia con la que estampa su firma en más de cien remeras y con la postura de sonrisa firme y “des-tensionado” con la que se hace tomar otro centenar de fotos acompañado de todos y cada uno de los que estábamos allí. El base de juego gigante que vemos sobresalir en Peñarol y esperemos que en la selección lo haga también, estuvo en San Nicolás mostrándose tal cual es, así de sencillo, así de amable, así de cordial y así de ídolo porque Campazzo no se olvida en ningún momento de que es aquel pibe del interior cordobés que todavía conserva intactas su cábalas y sus hábitos y tampoco olvida que aunque es la gran promesa del básquet nacional sigue llevando adentro al pequeño de cinco años al que su familia llevaba al club de su barrio a picar la bola sobre la vieja cancha de mosaicos.